La restauración de la cultura cristiana

San Agustín dijo una vez, en su Sermón 80, unas palabras que conviene tener presentes precisamente en momentos como éste, cuando los cristianos podemos sentirnos inquietos -y con razón- sobre el estado decadente de nuestra Civilización: Nos sumus témpora; quales sumus talia sunt témpora. Esto es “nosotros (los cristianos) somos los tiempos; así como somos, así son los tiempos”. Estas palabras son esperanzadoras al mismo tiempo que tremendamente severas. San Agustín insinúa aquí dos cosas: primero, que los cristianos tenemos la capacidad de transformar la historia; y segundo, que la historia nos acusa, pues los cristianos somos los responsables del estado de la sociedad.

Nosotros somos los tiempos… Uno podría pensar: ¿qué responsabilidad puedo tener yo de que hoy la sociedad esté totalmente patas arriba? Sabemos que hay cantidad de poderes en el mundo actuando bajo principios que son indiferentes a la Voluntad de Dios. Leyes que se dictan por doquier y se ratifican en organismos internacionales para servir al capricho deshonesto y hasta desnaturalizado de una serie de individuos, y que luego maliciosamente se promueven a nivel mundial con el nombre de “derechos humanos”, por dar un ejemplo. Hay muchos cristianos consternados que se sienten sin argumentos frente a tal oleada de disparate que, sin embargo, parece ser universalmente aceptado. En un mundo rebosante en ateísmo práctico, nos desarman fácilmente con las acusaciones de que uno “no puede imponer su fe” a los demás. Y así, aunque haya algunos pocos -poquísimos- que realmente trabajan sin descanso por defender, ya no solo la ley de Dios sino la dignidad del hombre y la misma noción de la naturaleza humana, la gran mayoría tenemos una sola prioridad en nuestro diario vivir: atender nuestros asuntos, llevar a cabo nuestros proyectos, disfrutar la vida de familia, descansar.

Las últimas cosas que nombramos no son malignas. Algunas son nobles y hasta necesarias. En la quietud y perseverancia de la vida doméstica y del trabajo honrado, el cristiano laico, como el religioso más contemplativo, tiene la oportunidad de convertir su vida en oración continua y sostener al mundo contra los tantos males que le afligen a causa del pecado. Esto es verdad y es una verdad fundamental de la fe cristiana. No hace falta entregarse en alma y cuerpo a servir una causa para contribuir a la cristianización del mundo, sobre todo si las circunstancias personales no lo permiten -triste sería que cayéramos en un activismo que considera que es el obrar humano y no ese abandono confiado pero suplicante en Dios Padre Nuestro el que abrirá el Mar Rojo cuando haga falta.

Ahora bien, muchos cristianos nos hemos contentado a veces con trabajar por hacer lo más compatibles que sea posible las costumbres modernas con el Cristianismo. Nos empeñamos en transmitir la imagen de que el Cristianismo se puede vivir llevando “una vida normal” y así, la idea que muchos cristianos del siglo XXI tenemos de lo que sería una cristianización del mundo de hoy se ve más o menos igual que este mundo… pero cristiano. Imaginamos un mundo que haga publicidad de trajes de baño que sean lindos, elegantes, femeninos y pudorosos. Los grandes estudios de cine o de las nuevas plataformas de streaming estarían produciendo alguna película cristiana de tanto en tanto, pero el resto del tiempo ofrecerían al público comedias familiares que muestren con realismo pero con esperanza la alegría de las virtudes humanas. Quisiéramos que ciertas corporaciones infantiles se mantengan en su rol de representar la ilusión de la niñez sin agendas perversas, y quisiéramos que las Naciones Unidas funcionaran realmente para llevar prosperidad al mundo, en total respeto a la ley natural, que es el estadio previo de un mundo que se quiere orientar en coherencia a la ley divina. Y etcétera, etcétera…

Lo anterior no es posible, no porque este mundo esté demasiado corrompido por el pecado para lograr ese objetivo, sino porque pretenderlo es algo similar a querer entrar al club infernal de los pecadores con los pobladores de la Gehenna y pretender pasarla bien ahí, cristianamente, bailando al son de sus canciones pecaminosas. Y que ellos recen. Ahí. De vez en cuando. Entre el humo, las luces psicodélicas, la oscuridad, los tufos de los estupefacientes… Quizá la imagen pueda resultar ofensiva para algunos pero eso solo se podría explicar por el hecho de que no hemos reflexionado suficientemente sobre la naturaleza del mundo moderno.

No es este el espacio para entrar de lleno a desgranar lo problemático que resulta para la fe el mundo en que vivimos hoy. No “mundo” como el conjunto de las criaturas sino como el estado cultural en que nos encontramos -si se le pude llamar “cultural” siquiera. No solo las costumbres sino la mentalidad que mueve a la sociedad el día de hoy -lamentablemente a cristianos y no cristianos por igual- ha sido modelada por los enemigos de Cristo. No solo los que promueven la ideología de género o el feminismo. El cristiano que quiere ser realmente luz del mundo y sal de la tierra debe luchar no contra dos o tres sino contra más de una docena de peligrosas ideologías que, si no son combatidas, nos arrastran hasta un plano de tibieza continuamente. Dicho esto, podríamos entender que el cristiano laico que quiere santificarse en medio del mundo puede aspirar, está obligado a aspirar, a ser contemplativo en medio de una vida ordinaria. A lo que no está obligado es a intentar ser contemplativo en medio de una vida “normal” para los hombres de su tiempo.

Es perfectamente posible vivir una vida ordinaria que no sea “normal” y esta es una distinción que es capaz de crear un enorme impacto en la propia vida, en la relación con Dios, y en la sociedad. No hacen falta cambios políticos para que un puñado de familias cristianas decidan vivir realmente conforme al Evangelio y no según las costumbres de una civilización que tiene la naturaleza de la Torre de Babel, de la Ciudad del Hombre que describe San Agustín, que solo aspira a glorificarse a sí misma. La alternativa no es volvernos menonitas simplemente porque la alternativa no supone un puritanismo lleno de escrúpulos.

El cambio empieza con una conversión de nuestro corazón pero no se queda ahí. La eficacia de la gracia de Dios depende de nuestra correspondencia. Es posible cantar con David: “Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor por dilatados días.” Si esos versículos del Salmo 23 nos confortan es porque nuestro corazón anhela la verdadera paz que da la continua presencia de Dios. Muchos pensamos que estos versos del salmista se refieren necesariamente a la vida del Cielo, pero olvidamos que el Cielo empieza en la Tierra… et ut inhabitem in domo Domini in longitudinem dierum; puedes habitar ya en la Casa del Señor –in Domo Domini- si invitas al Señor a vivir contigo. Y, para que empecemos a entendernos, podemos empezar por hacerle espacio a Dios sacando los televisores de la casa.

Los cristianos somos los tiempos y los tiempos son muy malos, al menos para la fe cristiana, porque los cristianos somos como esos herederos de una dinastía hace tiempo ultrajada y vilipendiada, carentes ya de la fuerza moral para levantarla con altivez nuevamente. Hemos dejado que los pillos saqueen y profanen esa Casa del Señor que fue la Cristiandad, y hemos creído, quizá, que la respuesta cristiana era la de bajar la mirada y perdonar. Y lo triste es que “perdonamos” con mucha facilidad. Llegará la hora en que, como sucedió a Nuestro Señor, no quedará ya más que decir sino “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pero esa hora no es ésa en donde suspiramos con tristeza y seguimos comiendo hamburguesas. Siglos de ataque contra la Santa Iglesia Católica nos ha hecho reaccionarios nada más a las hordas que siguen viniendo; hemos olvidado lo que destruyeron y nos hemos habituado a vivir en la sociedad que nos han construido en cambio.

Somos católicos que no conocen su historia, no conocen los grandes himnos que se han compuesto para Dios desde tiempos inmemoriales, y ciertamente no los cantamos; no tenemos idea ya de cuántos han sido los millones de cristianos fieles que en los últimos siglos han derramado su sangre precisamente para que nosotros no vivamos apoltronados en la esclavitud de las ideologías anticristianas, en medio de un mundo que exalta lo feo, lo malo y desprecia lo verdadero. Vivimos con cáscaras de las Sagradas Escrituras, de la Tradición y del Magisterio, y cada vez leemos y nos deleitamos menos en esos artistas que dieron lo mejor de su producción para la gloria de Dios. No tenemos que inventar nada nuevo. Solo tenemos que retomar la ruta de la Cristiandad ahí donde la calamidad de las revoluciones modernas la dejaron varada.

Dice al respecto de lo anterior el profesor John Senior, autor de la obra La restauración de la cultura cristiana: “La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa, y todo el aparato que la protege y favorece. Toda la arquitectura, el arte, las instituciones políticas y sociales, toda la economía, las formas de vivir, de sentir y de pensar de los pueblos, su música y su literatura, todas estas realidades, cuando son buenas, son medios para favorecer y proteger el santo sacrificio de la Misa.” La Misa no es, pues, para nosotros; es el acto sacro más sublime que puede haber en esta tierra, y es la misión de los cristianos construir una sociedad que la favorezca y la proteja. El mundo moderno ha tomado otro camino, por supuesto, pero la pregunta es: ¿por qué deberíamos claudicar los cristianos entonces, y resignarnos a que la sociedad “no favorezca ni proteja” la Misa. Podemos ir a contracorriente viviéndolo así en nuestro hogar y nuestras vidas.

Lo que queremos con este proyecto es presentar una propuesta a todas las familias cristianas que estén interesadas en que Dios inunde e ilumine por completo sus hogares, para que sean realmente “iglesias domésticas”, en donde viva el Señor, en donde se le custodie, se le adore y alabe, donde los hijos descubran el tesoro de la fe, de su heredad como hijos de Dios, y no lo cambien luego por el plato de lentejas de las ideologías modernas. No, no es suficiente solo rezar, o rezar más. Dios debe estar tan entretejido en todas las actividades de nuestra jornada, que la vida ordinaria suponga un continuo bordar al Señor en el tapiz del mundo, al punto que no haya ninguna cosa que no nos remita claramente de vuelta al Señor. Y no, no es de fanáticos. Es una invitación a meditar nuevamente en lo que significa “Amar a Dios sobre todas las cosas”, de donde manan, como la leche y la miel, las gracias y las virtudes para vivir en plenitud todos los demás mandamientos, y sin lo cual todos los otros mandamientos se van quedando huecos y estériles.

El objetivo de la Sociedad In Domo Domini no es crear un club de cristianos radicales, que fácilmente podría ser visto desde fuera como una secta. No, buscamos, en primer lugar, invitar a cuantos quieran incorporar esta transformación de los hogares cristianos, a considerar nuestras propuestas y a adoptarlas libremente, como mejor puedan según sus circunstancias en este momento. La propuesta fue desarrollada para dar coherencia a la fe según los tiempos que vivimos. Aunque puede que falte algo, realmente no sobra nada. No es un proyecto para ser consumido como los productos de un supermercado. Ahora, para aquellos interesados en vivir en este espíritu pero vean dificultades para asumirlo solos, por cualquier razón, nuestro objetivo, en segundo lugar, es asociarnos, crear una comunidad comprometida a construir la Ciudad de Dios, en donde solo Dios sea nuestra gloria. En palabras de John Senior, uno de los conversos que han influido con fuerza en esta propuesta, nuestro objetivo es la restauración de la cultura cristiana.

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